Este evento será recordado sobre todo por introducir el agua como simbolismo del ritual olímpico, transportada por relevistas desde Ampurias hasta la Ciudad Condal. Un rito que sirvió para proyectar internacionalmente la imagen de Barcelona e ilustrar, de nuevo, la pasión por el deporte y la demostrada capacidad organizativa de la ciudad.
Los Juegos Mediterráneos también fueron el pretexto para mejorar las infraestructuras y construir otras nuevas -como por ejemplo el Palacio de Deportes, el primero cubierto-, y se adecuaron instalaciones tan simbólicas como el estadio de Montjuïc o la Piscina Municipal, ambas construidas para la Exposición Universal de 1929. El gimnasta barcelonés Joaquín Blume fue una de las figuras más destacadas, al conseguir siete medallas de oro en su categoría.
Una serie de objetos, documentos e imágenes os acercarán a este acontecimiento, celebrado del 16 al 25 de julio de 1955, y que fue la antesala de unos Juegos Olímpicos que deberían esperar casi cuatro décadas para ser una realidad.